Rita, ahora vamos a hablar de ti
Asistíamos a ese milagro valenciano fabricado, ahora hecho ceniza porque no era más que una hoguera de egos privados donde se quemaban los billetes públicos. Hoy vemos policías, calabozos y ordenadores requisados donde antes había éxtasis y un chute de lujo (Raquel Pérez Ejerique)
Rita Barberá es la mujer que tuvo abandonado su coche privado en una plaza pública del Ayuntamiento durante 23 años. La que compró seis Harley Davidson para escoltar al Papa Benedicto XVI como si fuera una estrella de rock barbuda. La que hizo un discurso épico cuando su número dos -Alfonso Grau- dimitía por imputado y lo comparó con Winston Churchill. Diez meses más tarde Grau compartía banquillo con la infanta Cristina por el caso Nóos. Ahora es la senadora (y protegida por aforada) a la que apuntan los investigadores de la Operación Taula (mesa, en valenciano).
Barberá es la que este 19 de enero fue preguntada por los gastos desaforados en el Ayuntamiento – el caso Ritaleaks- y respondió con un “¿hablamos de Irán?”. No, mejor hablemos de Valencia y de ti, de cuando te hacías llamar “la jefa”.
España puede estar en shock, pero a un valenciano no le puede extrañar la macrorredada. Todos los implicados, incluidas las empresas públicas y privadas, son viejos conocidos para un periodista de provincias, te los topabas en casi todos los ajos. Olía mal, pero entonces estaba todo mejor atado. Los que este lunes han sido detenidos venían del ‘golden time’ valenciano, cuando se rodaban anuncios de coches en la Ciudad de las Artes y cuando cundió el lema “qué bonita está Valencia”.
Los que vivíamos allí asistíamos con sorpresa a ese milagro valenciano fabricado, ahora hecho ceniza porque no era más que una hoguera de egos privados donde se quemaban los billetes públicos. Al calor de los macroproyectos crecía una nueva oligarquía. Empezaba la fiesta. Ha acabado con invitados a los que nadie esperaba: Imelsa, Emarsa, Urdangarin, Correa y hasta el cantante Julio Iglesias.
Hoy vemos policías, calabozos y ordenadores requisados donde antes había éxtasis, un chute de lujo aspiracional que inició Eduardo Zaplana, hoy en Telefónica. Rita Barberá hizo lo propio en la ciudad y Alfonso Rus en la provincia. Nadie podía negar el prodigio sin ser tachado de antipatriota, porque se había puesto “a Valencia en el mapa”.
Entonces éramos siempre “la primera ciudad del mundo” en algo y así lo decían las notas de prensa: el Hilton más sofisticado -entró en concurso de acreedores-, el Palau de les Arts con más teselas -que se han caído- o la avenida al mar más rápida de la historia del universo -hoy paralizada-. No había eslogan que no empezara con superlativos.
En vez de hablar de Irán, podemos hablar de que la exconcejala de Cultura, ahora detenida, fue recolocada como asesora por 4.000 euros al mes por influencia del propio Grau, su marido en segundas nupcias.
O de la mano derecha de “la jefa”, que ha ido a dar con sus muñecas en un par de esposas. Podemos hablar de Irán, de Cuba o de Europa del Este, pero es que Valencia nos toca el bolsillo y más de cerca.
Raquel Pérez Ejerique
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