Son décadas de riadas, pero apenas han cambiado los comportamientos de las administraciones públicas pertinentes y la mentalidad de buena parte de la ciudadanía. El Ebro se sigue considerando como un enemigo a dominar. Se han publicado decenas de estudios realizados por científicos y expertos en lo que se conoce como 'nueva cultura del agua'. Este texto es un amplio extracto de un artículo publicado en 2007 por Ecologista en Acción. El Ebro siempre vuelve con sus credenciales a ocupar lo que le pertenece.
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Imagen de la crecida del Ebro de estos días (En Vuelo) |
El río Ebro consintió, hace unos miles de años, dejarnos en usufructo su llanura aluvial para el cultivo y la obtención de alimentos. Así que, de vez en cuando, el río baja con sus escrituras para recordarnos cuáles son sus feudos, y que dicha llanura, donde están las mejores tierras, fue generada por inundaciones del pasado que depositaron sus fértiles limos. Inundaciones que siguen añadiendo nutrientes, recargan el acuífero aluvial, aumentan la biodiversidad y aportan sedimentos al delta.
En definitiva, una buena lección del río para la sociedad, especialmente la urbana, de frágil memoria histórica que, embarcada en un desarrollo acelerado de urbanizaciones e infraestructuras en la llanura aluvial, mira de reojo al Ebro como un enemigo al que hay que someter y domesticar, dragándolo y construyendo más presas y motas de contención, para transformarlo en un gigantesco canal sin vida.
Estas actuaciones se hacen la mayoría de las veces sin la suficiente reflexión y base científica, fruto de la comprensible desesperación de ver tu pueblo o campos inundados. Por ello, antes de analizarlas, veamos qué tienen de positivo las avenidas del Ebro, pues traen numerosos beneficios para el conjunto de la sociedad, a pesar de la destrucción puntual de cosechas.
Se recarga el acuífero aluvial, una especie de gran embalse subterráneo de regulación del río pero sin presa; se añaden nutrientes, fertilizando de forma natural las tierras de cultivo; se incrementa la biodiversidad; las avenidas hacen retroceder la cuña de agua salada en la desembocadura, aportando también sedimentos que frenan el proceso de subsidencia (hundimiento) del delta del Ebro. También son imprescindibles para la salud ecológica del río, y por lo tanto de nuestras aguas de boca y de riego. Es decir, forman parte de la dinámica natural de un río mediterráneo como el Ebro.
Somos el país con mayor número de grandes presas por habitante del mundo. Y sin embargo, los daños causados por inundaciones son cada vez mayores. ¿Por qué? En primer lugar, los embalses tienen una capacidad limitada para laminar las avenidas ordinarias, y prácticamente nula para las grandes avenidas con un periodo de recurrencia de más de 10 años, debido a la incompatibilidad de esta función con los usos de los mismos para hidroelectricidad o regadío.
Para cumplir dicha función, los embalses tendrían que estar por debajo del 50% de su capacidad, o mejor casi vacíos para absorber la avenida, lo que afectaría a los intereses de los principales consumidores de agua de la cuenca: agricultores, ganaderos y empresas hidroeléctricas. Eso, o la barbaridad de construir gigantescos embalses, como el de Mequinenza, aguas arriba de Zaragoza, que a su vez inundarían numerosos pueblos y las mejores tierras de cultivo.
La construcción de diques o motas de contención demasiado cerca del cauce de manera desordenada y en muchos casos ilegal, como en el caso de los construidos actualmente en el valle del Ebro, se ha demostrado ineficaz para evitar las grandes inundaciones, creando de paso perniciosos efectos secundarios.
Por un lado, la protección de campos de cultivo mediante este tipo de estructuras complica la situación de las poblaciones ribereñas durante las grandes avenidas. De hecho los alcaldes de la ribera alta decidieron abrir dichas motas para que el agua entrara en los campos y no afectara a los cascos urbanos. A veces, la rotura de las mismas en los momentos de máximo nivel, supone mayor peligro para las vidas humanas que la inundación misma. Y por otro lado, tanto los embalses como las motas generan una falsa sensación de seguridad que favorece la invasión de la llanura de inundación con urbanizaciones, infraestructuras y empresas, provocando a la postre mayores pérdidas económicas y humanas cuando se rompen las motas, que además no son compatibles con la legislación ambiental vigente.
Por último, el dragado sistemático de largos tramos del cauce fluvial y el corte artificial de los meandros "para que el río corra más", favorece una mayor energía y velocidad de las aguas de avenida, aumentando su poder erosivo y su capacidad de destrucción. Otros efectos son el descenso del nivel freático, la destrucción de biotopos, el incremento de la sequía en los sotos, la perdida en la capacidad de autodepuración del río y la contaminación de los acuíferos por destrucción de bandas de amortiguación.
Según los científicos, no se debería construir en la llanura aluvial en al menos 900 metros a ambos lados del río. Dentro de este espacio se deberían potenciar las funciones naturales de la llanura de inundación, como la laminación de las avenidas o el filtrado de contaminantes mediante la restauración de sotos para que actúen como 'filtros verdes', así como garantizar la persistencia del uso agrícola tradicional.
La función laminadora de las avenidas desarrollada por la llanura de inundación del Ebro es más efectiva que la de los actuales embalses de su Cuenca.
Los dragados y las motas de contención sólo deberían ser aplicados en tramos muy cortos del cauce donde la protección de las poblaciones así lo aconseje (puentes de luz insuficiente o tramos urbanos donde no se haya dejado suficiente anchura al río), tras el pertinente estudio de las posibles consecuencias aguas arriba y aguas abajo del tramo a intervenir.
Dado que el uso agrícola tradicional en la llanura de inundación favorece la función laminadora de la misma, debe ser apoyado con medidas como subvenciones condicionadas ecológicamente, seguros agrarios efectivos...
La recuperación de la funcionalidad ecológica de la llanura de inundación, junto con la preservación de un uso agrícola tradicional, permitiría la explotación económica de las actividades recreativas como la navegación fluvial, el senderismo, etc., diversificando la economía y el desarrollo rural en las zonas ribereñas.
Es imprescindible y urgente el deslinde del Dominio Público Hidráulico y de la zona inundable por avenidas ordinarias y extraordinarias. Y elaborar una relación pormenorizada de las actividades que hay dentro de este espacio y de los obstáculos construidos que alteran el flujo natural del agua en la llanura inundable (puentes, carreteras, motas, etc.), especificando si son legales, ilegales o alegales.
Otras medidas serían la ordenación de las actividades humanas en el Dominio Público, de acuerdo a lo estipulado legalmente, además de hacer un estudio minucioso de las pérdidas económicas de las últimas inundaciones para situar la alarma social en su justo lugar.
La ciudadanía debe ser informada de los riesgos reales asociados a las avenidas naturales de grandes ríos como el Ebro, debiendo estar preparada para asumirlos económicamente. Ayudando a los agricultores que han perdido sus cosechas o a los pueblos ribereños que han visto sus casas afectadas.
Las citadas medidas de gestión han sido aplicadas con éxito en países a la vanguardia del conocimiento hidrológico, como Estados Unidos (Mississippi-Missouri) y Alemania (Rhin), y se ha constatado que además de procurar un desarrollo ecológicamente sostenible, resultan incomparablemente más baratas que la construcción de embalses, diques o dragados.
Fuente: 'ecologistasenaccion.es/article8057.html'