El escritor Juan Marsé habla en una entrevista sobre cómo ve la situación política en España, especialmente en Cataluña, donde reside, y aborda asuntos como la llegada de Podemos, la deriva de los partidos de la 'izquierda' catalana, de los nacionalismos o del ruido que rodea a la información. Este es un extracto de sus opiniones.
El ruido de la información. En este país hay ruido, sí, se casca demasiado y se grita demasiado. Y los medios de comunicación son tan poderosos y omnipresentes que el ciudadano nunca había estado tan informado... La enorme proliferación de tertulias políticas suplanta lo que debería ser un debate serio en las Cortes. Un espectáculo tremendo. Y ese es el ruido. La gente está atiborrada de información, y la mayoría no sabe qué hacer con ella... La solución está, si la hay, en la educación. Incrementar el conocimiento de los valores cívicos... Pero estas cosas ya no están de moda. España es un país de cabreros, joder.
Podemos. Ya se ha demostrado que todo está por hacer en este país. Y entonces ha venido Podemos. A mí me parece ya muy positivo el revuelo que han montado, han removido el asunto y todos los demás están acojonados. Han dicho: "A ver, hay que hacer algo, hemos estado durmiendo en la paja y todo iba cojonudo, pero además de expoliar a todo Dios y robar a mansalva, resulta que ahora tenemos que hacer política".
Efectos de la irrupción de Podemos. Mire los socialistas. Están con el agua al cuello. Y se les ocurren ya cosas que tenían dormidas desde hace siglos, como su relación con la Iglesia católica de este país. O sea, todo lo que tenían en el programa aparcado por temor a perder votos, como lo de la Iglesia, ahora lo empiezan a mover. No lo movió ni Felipe González, ni Zapatero... pues ahora que se den prisa, porque...
La (vergonzosa) política en Cataluña. Aquí mismo, en Cataluña, están pasando unas cosas muy divertidas... Que un partido como Esquerra Republicana, un partido que se dice de izquierdas, se alíe con la derecha, con la carcundia que es Convergència... y pretenda seguir haciéndose pasar por un partido de izquierdas. O Iniciativa per Catalunya, los antiguos comunistas, ¡el partido de los trabajadores! ¿En qué se ha convertido? Están acojonados. ¿Vio la comparecencia de Pujol, en la que echó la bronca a todos los políticos que estaban ahí? Cuando arremetió contra todos ellos con aquel tremendo numerito de arrogancia política se tenían que haber levantado y haberle dicho: "Aquí se queda usted con su discurso de mierda". Y en vez de eso, aguantaron y cuando todo terminó hubo casi un besamanos que recordaba a algunas escenas de El Padrino. Fue una cosa vergonzosa.
Ascenso y caída de Pujol. Para los que nunca comulgamos con las ruedas de molino del pujolismo, ninguna sorpresa. Nunca fue santo de mi devoción. Y ahora pienso en el catalán patriota, pujolista, nacionalista y de derecha, que se ha hecho la siguiente composición: "Ya no creemos en este hombre, porque en vez de ser fuerte, fue débil y se dejó llevar por la ambición, pero lo que levantó y lo que encarnó sigue vigente". Claro, es que es un sentimiento, una emoción, eso del nacionalismo, y por lo tanto está por encima de las personas. Cuando la persona ya no sirve, la apartan pero se queda el ideal.
Nacionalismo. El delirio identitario, la reafirmación de que yo soy esto y los demás no lo son: eso es el nacionalismo, una cosa irracional que no concibo. Como soy hijo adoptivo, el asunto identitario para mí es muy secundario.
Largarse de España. Pero hay que batallar para defender un criterio personal y unos intereses, es decir, hay que estar en la brecha. Entregarse, fatal. Y abandonar, ¿cómo? Emigrando, pero a mí se me ha pasado la edad. Con 20 años es probable que me largara de este país. En aquellos años, a París te ibas soñando no sólo en que podrías ver las películas que aquí no podías ver o comprarte los libros que aquí estaban prohibidos, sino en que podrías ligar más. Era irse de la España de Franco, que era la hostia. Hoy no es lo mismo, hoy se va el que no tiene trabajo. Entonces sí había trabajo en España. Parados no había. El cabrón de Franco les decía a los empresarios: "No vais a tener huelgas, os lo garantizo. Pero no me vais a despedir a un solo trabajador". Y así era.
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