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Chérif Kouachi, en 2005 |
Casi sin excepción los medios de todo el mundo esparcen la misma interpretación: el asesinato de doce personas en la redacción del semanario parisino Charlie Hebdo es un nuevo capítulo del choque de civilizaciones entre Occidente y el Islam, entre la Democracia y la Barbarie.
Esta interpretación, aunque esquemática, permite que cada uno se acomode según su gusto ideológico: los hay quienes piden una devolución guerrera en términos de 'ojo por ojo', como quienes explican magnánimos que los grupos extremistas apenas representan una ínfima porción de la comunidad musulmana.
Ambas opiniones, sin embargo, comparten la misma matriz: se trataría de un conflicto donde la sociedad francesa, y por extensión la europea, fue víctima de un ataque externo, de un 'otro' barbárico, incomprensible, ajeno. ¿Es correcto este enfoque?
Volvamos sobre la escena del crimen. Quien comandó el ataque fue Chérif Kouachi, un joven de 32 años, nacido y criado en París. Un ciudadano francés matando a otros ciudadanos franceses. Este dato, más allá de cualquier otra interpretación, obliga a calificar la matanza como parte de un problema en el interior de la sociedad francesa. Por la sencilla razón de que quien perpetró la matanza nació, fue educado y se socializó en el interior de esa sociedad.
Sigamos un poco más con la biografía del supuesto autor de la matanza: un video que circula por la web muestra a Chérif en 2005, con 22 años, como un joven rapero de la periferia parisina. El contexto social de la época no es para nada aleatorio: ese mismo 2005 quedó surcado como el año de las grandes revueltas de jóvenes desclasados, ya sea por su origen social, étnico o religioso, quienes mostraban su inconformidad con el lugar que Francia reservaba para ellos con la quema de cientos de automóviles, entre otras protestas.
Probablemente, Chérif ni siquiera participó de esas protestas, aunque probablemente su entorno familiar y de amistades no estuvo ajeno a ellas. Como sea, la respuesta del Estado no fue tolerante ni democrática: en medio de la convulsión callejera el por entonces ministro de Interior, Nicolás Sarkozy, los catalogó públicamente "escoria".
Según medios franceses, tres años después, en el 2008, Chérif inició sus contactos con células terroristas activas en Irak y Siria, que buscaban reclutar jóvenes del Primer Mundo para combatir en Medio Oriente.
Como reconoció el sociólogo francés Alain Tourine la pasada semana en una entrevista de radio ,más de mil jóvenes franceses pasaron a enrolar las filas yihadistas en los últimos tiempos. Una cifra de esta envergadura elimina cualquier argumento de 'locos sueltos', o casos de patología individual asesina.
Algo anda mal en la sociedad francesa, para que cientos y cientos de jóvenes nacidos y criados allí abandonen la tierra de la libertad y la democracia para adentrarse en las entrañas del monstruo coránico. ¿Será que no todos pueden disfrutar de la misma libertad? ¿Será que no todos son iguales en la Francia actual de la austeridad económica y la xenofobia racial y religiosa?
Para mirarlo de la manera más microsociológica posible: algo no está bien entre los vecinos de París que resuelven sus diferencias religiosas y culturales mediante el uso de Kalishnikov. Porque, aunque parezca extraño, el exquisito caricaturista Stephane Charbonnier y el ex rapero convertido al fanatismo islámico Chérif Kouachi, vivían en la misma ciudad.
Claro, resulta más tranquilizador responder que se trata de una "contaminación" externa. Sin embargo, todo apunta al corazón de las sociedades europeas, por más que en estas horas sus líderes políticos insistan en arrojar el problema fuera de su cancha.
Las agencias internacionales de noticias consignan a los hermanos que comandaron el ataque a Charlie Hebdo como de nacionalidad "franco-argelino". En Francia, como en otros países europeos, tener la ciudadanía legal no implica tener la ciudadanía cultural, identitaria. En general, este último título es reservado para los franceses 'puros', aquellos que pueden ostentar largas genealogías en la tierra del vino y los quesos, excluyendo quirúrgicamente a quienes llegaron en las oleadas migratorias del siglo XX que, dicho sea de paso, están directamente vinculadas con el pasado colonialista de Francia.
Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, el mismo día del atentado, salió a pedir un referéndum para establecer la pena de muerte. Podría decirse lo mismo que se dice de los fanáticos religiosos respecto del Islam: es una pequeña minoría que no representa el sentir del conjunto de los franceses. Ya no. Marine Le Pen ganó las elecciones europeas de mayo pasado, y hoy, según todas las encuestas, ganaría las elecciones generales para elegir gobierno.
El brutal asesinato a los periodistas de la revista satírica debería invitar a una sociedad democrática y con diversidad de opiniones a preguntarse cómo llegó hasta este punto. En vez de acentuar la 'otredad' simplona descargando las culpas sobre una vaporosa 'barbarie', realizar un curso acelerado de introspección sobre la propia 'civilización'.
Claro, no es sencillo: Francia tiene una larga tradición en realizar una operación político ideológica por la cual convierte en un conflicto “externo”, lo que en verdad está ardiendo sin solución dentro suyo. Cuidado: no se trata de decir que los franceses son igual de bárbaros que los musulmanes. Se trata de entender que existe un problema social, político, económico y, en último término, religioso en las sociedades europeas, y no fuera de ellas, en algún 'oscuro rincón del mundo'. El problema está en Europa.
Ese problema puede resumirse en que sociedades como la francesa construyen una identidad excluyente, refractaria a incorporar de manera plena a nuevos contingentes poblacionales, manteniendo así una separación y segregación cultural y social impropia de un país que se ve a sí mismo como plural y democrático.
Finalmente, también hay una conexión con grupos terroristas de Medio Oriente de los jóvenes franceses que realizaron la masacre. Pero esa conexión con el terrorismo internacional no queda tampoco ajena a decisiones políticas tomadas por los gobiernos del Primer Mundo. Desde la primavera árabe de 2011, hubo una destrucción sistemática de los estados en el norte de África y la península arábiga.
Libia, Irak y Siria son territorios caotizados, donde ISIS siembra el terror y realiza propaganda viral en Internet para que nuevos contingentes de jóvenes europeos se sumen a sus filas. En el caso de Libia, la participación francesa en el derrocamiento de Gadafi fue directa e inocultable. El gobierno de Gadafi no fue remplazado por una democracia ejemplar, sino por la destrucción del país, a partir del cual creció la influencia del islamismo extremista que, de modos brutales, impone un orden donde los europeos dejaron caos.
Artículo de Federico Vázquez: 'telam.com.ar/notas/201501/91384-atentado-en-paris-choque-de-civilizaciones-o-crisis-europea.html'