“¡Pedro, no puede ser! ¡No podemos contar todos los atropellos que se hacen con las aguas en el mundo, ni retratar a todos quienes luchan en defensa de los ríos!”. Pero él porfiaba y porfiaba: ‘sólo este, no podemos dejar de contar esta historia…(Marisancho Menjón)
Trabajé con Pedro Arrojo durante casi dos años en la producción y puesta en marcha de la exposición ‘Agua, Ríos y Pueblos’. Fue un proyecto apasionante, de esos que se hacen una vez en la vida, dedicado a contar, por medio de la imagen y la palabra, casos emblemáticos de conflictos por el agua en el mundo. No fue un camino de rosas: nadie nos lo puso fácil. Sin embargo, el proyecto salió adelante con éxito y ahí está todavía en plena vigencia (www.aguariosypueblos.org).
En aquellos meses intensos, Pedro contó siempre como un compañero más del equipo y demostró muchas veces su capacidad para solucionar problemas con imaginación y eficacia. También para implicarse hasta el tuétano con los casos sobre los que se hicieron los reportajes. Él viajaba a menudo a Latinoamérica, y cada vez que volvía lo hacía con el ruego de que incluyéramos un caso más. Regresaba impactado por los casos de injusticias o de luchas que había conocido en directo y sentía que aquello había que contarlo, difundirlo todo lo que fuera posible, hacerlo saber.
Nosotras nos llevábamos las manos a la cabeza: “¡Pedro, no puede ser! ¡No podemos contar todos los atropellos que se hacen con las aguas en el mundo, ni retratar a todos quienes luchan en defensa de los ríos!”. Pero él porfiaba y porfiaba: sólo uno más, sólo este, esto hay que incluirlo, no podemos dejar de contar esta historia… Quizá otros expertos acuden a los lugares en conflicto, los visitan, “predican” y se van, pero Pedro se traía esos conflictos en la cabeza y en el corazón, y se empeñaba en aventarlos al mundo para que se oyeran fuerte, consciente de que el olvido y el silencio son el arma más fuerte de los poderosos.
Yo soy cabezota y no tengo un carácter dócil. No fui una persona fácil con la que convivir durante aquellos años. Mi aprecio por Pedro, sin embargo, se fortaleció en ese tiempo porque tuve oportunidad de verlo actuar ante situaciones muy complicadas, y puedo dar fe de tres cosas fundamentales: una, la primera y ante todo, de que es una persona honesta a carta cabal que actúa por compromiso, porque vive lo que hace, porque cree en ello, no guiado por el interés.
La segunda: que lleva su implicación por las causas hasta mucho más allá de lo exigible. Yo soy testigo de que en un par de ocasiones, para desatascar cosas que parecían bloqueadas por falta de financiación, pero que considerábamos del mayor interés, él puso el dinero que hacía falta para sacarlas adelante. Aquellos casos se incluyeron en el proyecto gracias a él. Jamás ha tenido interés en que se supiera, pero lo digo yo.
Y tercera: que es una persona ‘anti soberbia’. Tiene un sentido recto de la justicia y si cree que ha cometido un error, lo reconoce con naturalidad. Los gurús del marketing pensarán que esto es poco menos que anatema. Hoy, en la sociedad artificial en la que viven nuestros próceres, parece que no haya nada más temible que reconocer un error, como si estuviéramos construyendo la versión civil del dogma de la infalibilidad papal. Yo valoro muchísimo a quien no se pliega a esa tontería antinatural, me da confianza quien se comporta como lo que es, una persona.
Ya he dicho que soy cabezota; le di a Pedro algún que otro quebradero de cabeza. Así y todo, en una ocasión en la que consideró haberse equivocado me invitó a café para ofrecerme sus disculpas y me regaló una maceta llena de pequeñas flores. Pedro era el director del proyecto para hacerse responsable de él en lo que fuera menester, no para ejercer como jefe del ordeno y mando.
Siempre me ha llamado “Menjón”. Me encanta cuando, después de un tiempo sin vernos, nos encontramos, me sonríe de oreja a oreja y me dice, abriendo mucho los brazos: “Heeeeey… ¿qué tal, Menjón?”. Que tengas mucha suerte, amigo. Te lo deseo de todo corazón.
Marisancho Menjón