Los franceses fueron invitados a manifestar su amor por la bandera nacional, a comer cerdo y a cantar nuestro himno revolucionario y belicoso, que invita a derramar la sangre enemiga. Una mezcla extraña de discursos sobre la necesidad de luchar contra el ISIS y de proteger el art de vivre à la française (Franck Richard)
Desde el 13 de noviembre, la República Francesa ofrece un rostro diferente. La proclamación del estado de emergencia de tres meses por una Asamblea Nacional casi unánime (seis diputados votaron en contra), la modificación de la Constitución, la reducción de las libertades de circulación y de expresión fueron las primeras medidas tomadas por un Gobierno francés fuera de control.
La posibilidad de repetir los desmanes del pasado es grande, y particularmente los cometidos por George Bush después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Acciones inspiradas por otro naufragio, el del Estado francés
“El Gobierno dispondrá en Argelia de los poderes más amplios para tomar todas las medidas excepcionales obligadas por las circunstancias, con el objetivo de restablecer el orden, la protección de las personas y de los bienes y la salvaguarda del territorio”, fue el texto aprobado por la Asamblea Nacional por 455 votos a favor y 76 en contra el 12 de marzo de 1956, con los resultados ya conocidos de militarización, represión brutal, crímenes y vulneraciones constantes de los derechos humanos en Argelia.
También los plenos poderes fueron otorgados al general Charles De Gaulle, presidente de la República, en 1958, para “pacificar” Argelia. Más de 50 años después, los consejeros de la Administración estadounidense estudiaron, según parece, la batalla de Argel.
Estos días seguimos encontrándonos en el denominado por François Hollande ‘Espíritu de enero’, proclamado al día siguiente de los ataques contra el periódico Charlie Hebdo y durante el que la clase política francesa reclamaba una “unión sagrada” de todo el país fundamentada en los valores de la República.
Los franceses, más que nunca, fueron invitados a manifestar su amor por la bandera nacional, a comer cerdo (una reivindicación del Front National de Marine Le Pen) y a cantar nuestro himno revolucionario y belicoso, que invita a derramar la sangre enemiga. De este mezcla extraña de discursos sobre la necesidad de luchar contra el ISIS y de proteger el art de vivre à la française de los parisinos blancos, ricos y “dudosamente” cultos, no obstante, surgen dos voces.
La primera es la de Robert Badinter, el que fuera ministro de Justicia de François Mitterrand, que puso fin a la pena de muerte en Francía en 1981. Badinter recordaba que “los terroristas nos tienden una trampa política… No vamos a defender nuestra libertad contra nuestros enemigos con unas leyes y jurisdicciones de excepción”.
La segunda corresponde al antiguo primer ministro de Chirac, Dominique de Villepin, que dijo “no” a la intervención en Iraq en un famoso discurso ante la ONU, y que señaló sobre los atentados recientes: “Resistamos al espíritu de la guerra. La guerra contra el terrorismo no puede ser ganada, no hay ejemplos. Necesita una estrategia y una capacidad de pensar más allá”.
Dos voces ignoradas, ridiculizadas o acusadas de laxismo por una gran parte de los medios, que izan por todos lados la bandera de la guerra de las civilizaciones.
En la élite del Estado, el poder se limita a tres personas, François Hollande, Manuel Valls y el ministro de Interior, Bernard Cazeneuve, que pidieron a los diputados examinar la nueva ley en relación al estado de emergencia, sin “legalismos”, como ha sugerido Valls durante su intervención ante la Asamblea. El voto fue una simple formalidad, los comunistas han votado a favor y sin reservas, como lo hicieron para atribuir los plenos poderes a Guy Mollet en 1956.
Manuel Valls pidió a los parlamentarios no someter el asunto al Consejo Constitucional debido a la inconstitucionalidad de muchos de los arrestos y de la propuesta de desarrollar el dispositivo de la “pulsera electrónica”.
Durante ese tiempo, los casos de abusos policiales se multiplican. Varios militantes ecologistas fueron objeto de persecuciones, más o menos violentas, con arrestos domiciliarios en algunos casos. Los defensores de los derechos humanos están preocupados al ver a militantes sin ningún vínculo con el radicalismo islámico sufrir las consecuencias de la medidas del estado del emergencia. “Basta ya. Los ecologistas no son terroristas”, añade Davis Cormand, el número dos del partido ecologista EELV en Twitter.