El año de la inquina o las dificultades de seguir sintiéndose español con Goebbels en casa
Uno esperaba que el ‘goebbelsianismo’ iba a ser superado por el derecho a cierta educación universal y por la mundialización del saber a través de la red. Pero basta con acudir a una fiesta navideña para comprobar que Goebbels se sienta todos los años a nuestra mesa a comerse el turrón (Aníbal Malvar)
Existe una razón por la que nuestra prensa nostálgico-franquista o ultrapepera miente sin pudor a sus fieles lectores a diario: porque a sus fieles lectores les encanta creer esas mentiras. Para lo bueno y para lo malo, este es un país de quijotes que vive inmerso en la necesidad de habitar la fantasía y solo la fantasía. Mariano Rajoy es el fiel escudero Sancho Panza que nos restaña las heridas, Pablo Iglesias es un gigante y no un molino de viento según sople, Soraya Sáenz de Santamaría es la bella Dulcinea del Toboso, y deshauciar y empobrecer a los trabajadores es el bálsamo de Fierabrás contra la enfermedad nacional del despilfarro obrero.
Más que nunca, se da uno cuenta de esto durante las fiestas navideñas, en las que suele reencontrarse con familiares y amigos a los que trata poco o nada durante el resto del año. Entonces escuchas como verdades irrefutables toda la retahíla de sandeces inicuas que han ido salpicando los periódicos durante el año.
Se acaba 2015 y el pueblo español sigue con su neurona asentada en la convicción de que Manuela Carmena veranea como una marajá majara en un palacio del que arranca con estalinista pasión flores en peligro de extinción; que Ada Colau, premio al Ciudadano Europeo 2013 de la Eurocámara por su labor al frente de la Pataforma Antidesahucios, no ha evitado jamás un desahucio, y recibía las hostias de la policía solo para salir en la foto y hacer carrera política; que Pablo Iglesias obliga a Iberia a detener un vuelo durante horas para esperar a cinco europarlamentarios de Podemos a los que se les alargó la asamblea en Estrasburgo y tenían urgencia de volver a Madrid a practicar el amor libre, a enseñar las tetas en las iglesias de las universidades y a fumar marihuana; que Alberto Garzón quiere romper Europa; que Monedero tiene más pasta en Suiza que el pobre Bárcenas-Sé-Fuerte, y en este plan.
Uno esperaba que el ‘goebbelsianismo’, por lo menos en su versión más cazurra y contraletrada, iba a ser superado por el derecho a cierta educación universal y por la mundialización del saber a través de la red. Pero basta con acudir a una fiesta navideña para comprobar que no fue así. Que Goebbels se sienta todos los años a nuestra mesa a comerse el turrón.
Desde las elecciones europeas del 14, nuestra rancia prensa de papel ha marcado una muy bien rotulada frontera entre los partidos serios y los denominados populistas (populista llamaría yo a un gobierno que no cumplió ni uno solo de sus compromisos electorales, pero es que aun no hablo demasiado bien la neolengua). Por eso la práctica totalidad de los esperpentos informativos de 2015 han ido dirigidos contra Podemos. Los que paran aviones en pleno vuelo agitando su acta de eurodiputado melenudo (es para llorar de risa, aunque al final gane el llorar). Y eso va calando en un extraño odio. Porque lo que percibía yo en esas mesas navideñas era odio. Pensé que el viejo inmovilismo (PP y PSOE, sobre todo) no es que tenga miedo al cambio, es que siente odio a que los otros los quieran cambiar.
Todos los grandes periódicos de papel alimentan esa inquina. Andamos estos días leyendo constantes llamamientos a la entente entre PP, PSOE y C´s para garantizar estabilidad. Como si estos partidos hubieran sido alguna vez estables, o, al menos, se hubieran comportado como estables. El PSOE dejó de ser anti OTAN (ahora se lo demonizan a Alberto Garzón) para aplaudir misiles sobre los colegios de los niños iraquíes por petróleo, al margen de renunciar al marxismo en cuanto hubo pasta y hasta a renegar del espíritu Bambi (art. 135 de la Consti, oh sea, cuando Bambi es quien se come a su mamá obrera y socialista); el PP pasó de no condenar el franquismo a ser el más europeísta de los conspiradores judeomasónicos de Europa, además de defender la unidad de España de la mano de CiU y PNV y de firmar su pacto anti-corrupción en la sala vis-à-vis de la cárcel de Soto del Real; Ciudadanos se dice un poquito de izquierdas después de haber concurrido a las elecciones europeas con un partido de simpatías neonazis… Joder para la estabilidad. Qué denuedo en parecer excéntrica.
Neruda se cansaba de ser hombre. Yo me canso de ser español en navidades. Supongo que, en el resto de países, sucederá los mismo. Si no hubiera tantos rincones en los que me río feliz, me haría independentista de cualquier lado menos de esta españa minúscula (no es errata) y todavía noventayochesca, donde lleva demasiado tiempo puesto el sol. Tengo muchas ganas de que acabe la navidad para que todo vuelva a ser como siempre, y los españoles volvamos a hablar de cosas normales, como si me van a pagar en negro o en blanco el artículo sobre la remodelación que ya vuelve a necesitar la sede de Génova, 13. El que se quede con ganas de que este humilde cronista le desee feliz año nuevo, va aviado. El buen año 2016, ni siquiera se lo puedo diagnosticar. Yo no os voy a contar mentiras, que después os las creéis y las contáis en la comida de Reyes. Para eso ya pagan muy bien a otros vates.