Jeremy
Corbyn puede ejercer un liderazgo fundamental promoviendo un debate
sobre nuevas maneras de hacer política desde uno de los partidos más
importantes en la historia de la izquierda europea, con un proyecto
capaz de conectar no solo con los jóvenes indignados, sino con las
clases medias (Soledad Gallego-Díaz)
La
elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista británico no
es una anécdota que refleje un instante de indignación y que vaya a
terminar diluyéndose en nada, como se esfuerza el establishment
británico y europeo por anunciarnos y por meternos hasta por las orejas.
Quizás
Corbyn no consiga superar la brutal oposición que va a encontrar en las
filas de su propio grupo parlamentario o de la burocracia laborista y
no consiga llegar a las próximas elecciones como candidato a primer
ministro. Quizás llegue, pero obtenga un resultado electoral tan
decepcionante, que le obligue a retirarse. Quizás llegue y consiga un
resultado razonablemente bueno...
Nada de eso importa tanto como
el hecho de que Corbyn puede ejercer un liderazgo fundamental en la
izquierda europea promoviendo un debate sobre nuevas maneras de hacer
política, sobre las ideas y los objetivos que debe proponer un renovado
proyecto político de izquierda que se oponga, con rotundidad, al actual
estado de cosas. Quizás, como afirma el historiador Martin Wright, él no
gane las elecciones, pero abra el espacio para que aparezcan otros
líderes socialistas que ahora le apoyen, o que le discutan, pero que
compartan su valentía, su capacidad de movilización y su firme voluntad
de cambiar las cosas.
Lo importante es que Corbyn puede impulsar
todo eso no desde un nuevo y pequeño grupo político, sino desde uno de
los partidos más importantes y fundamentales de la historia de la
izquierda europea, el magnífico Partido Laborista de Aneurin Bevan o
Clement Attlee. Su elección es una buena noticia para toda la izquierda
europea.
Quizá los laboristas británicos, que tanto y tan bueno
han dado al socialismo europeo, sean capaces de volverle a dar ahora un
proyecto capaz de conectar no solo con los jóvenes indignados sino con
las clases medias, víctimas de un abuso desconocido desde hacía casi un
siglo, y con aquellos votantes de izquierda que en toda Europa empiezan a
creer que tuvieron razón a los 20 años y que les engañaron a los 50.
La
clase dirigente del Partido Laborista intentó reaccionar después de la
derrota de Ed Milliband como hizo la clase dirigente del PSOE cuando
perdió estrepitosamente las elecciones de 2011. Pretendió evitar por
todos los medios que llegara a la dirección del partido un nuevo equipo
crítico con lo ocurrido y con una visión más radical. En España lo
lograron con la frustrante elección de Alfredo Pérez Rubalcaba,
dispuesto a dar la máxima continuidad al partido y a mantener una tibia
línea de oposición mientras se recomponían los intereses de la clase
dirigente económica.
En Gran Bretaña, el camino fue mucho menos
trillado. A Gordon Brown le sucedió Ed Milliband, que intentó un pequeño
giro a la izquierda y fracasó en las elecciones de 2015. Era el
momento, pensaron los herederos de Tony Blair, de volver a hacerse con
las riendas del partido. Pero las primarias se cruzaron en su camino:
los votantes prefirieron alzar a Jeremy Corbyn, justamente el mayor
exponente de la crítica a la Tercera Vía y a todo lo que representa
Blair.
“El laborismo perderá las próximas elecciones”, advirtió
el establishment británico, como si el laborismo no hubiera perdido ya
las elecciones y como si la situación política no hubiera experimentado
un giro enorme. Como si alguien estuviera tan loco como para pensar que
Tony Blair, o quien reclame su herencia, podría ganar hoy las elecciones
en Gran Bretaña. Lo más preocupante para ellos sería algo que Corbyn,
más astuto de lo que suponen, ya ha apuntado: le interesa recuperar,
atraer, a Ed Milliband y a su gente a un nuevo debate político.
Así
que se está abriendo una puerta muy interesante. La incapacidad de la
izquierda clásica, de los partidos socialdemócratas tradicionales, para
hacer frente a la crisis económica, su negativa a romper las alianzas
con los grupos financieros y a plantarles cara definitivamente para
cambiar los métodos y sistemas que llevaron al expolio de las clases que
ellos deberían haber representado, ha provocado una intensa reacción
política. Primero, con la irrupción de nuevos grupos que desde el sur de
Europa proponían la rebeldía y una manera distinta de enfocar los
problemas. Ahora, desde uno de los mayores partidos clásicos de
izquierda.
Como dijo el senador demócrata norteamericano,
candidato a la nominación presidencial, Bernie Sanders, amigo personal
de Corbyn, “es hora de que haya líderes en cada país que les digan a las
clases dominantes que no lo pueden tener todo”. Que propongan, con
firmeza, políticas de defensa de la democracia capaces de controlar y
recortar el inmenso poder del dinero.
Hasta el antiguo presidente
del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet lo ha advertido, en un
artículo que acaba de publicar: “En demasiadas ocasiones los bancos
siguen sin cumplir con su obligación de servir a sus comunidades y al
público en general”. Han sido los ciudadanos, “inocentes de cualquier
mala conducta”, los que han tenido que pagar, a sangre y fuego, esas
“malas prácticas” y nadie parece ser capaz, aun hoy, afirma Trichet, de
castigarlas con suficiente firmeza.
Quizás Jeremy Corbyn y el
laborismo británico encuentren el camino para empezar a dar pasos en la
búsqueda de una democracia que luche contra la increíble galopada de la
desigualdad económica, política y mediática que estamos presenciando, un
camino en el que los políticos dejen de contemplar a los ciudadanos
como enemigos ignorantes.
Soledad Gallego-Díaz (
CTXT)