Ayer en el debate de los cuatro aspirantes a presidente, en la sexta TV, faltaron varias cosas. Faltó hablar de la ciencia, la sociedad del conocimiento y cómo avanzar hacia ese otro modelo de crecimiento basado en el saber o los saberes, que es un modelo de futuro. Y al que por derecho propio, es decir, por tener jóvenes con talento que tienen que emigrar, podemos aspirar.
Y faltó, y ahí voy a centrarme, al abordar qué hacer para eliminar la violencia machista, el criticar la sociedad patriarcal que no deja lugar para el protagonismo femenino y el subrayar que es preciso evolucionar hacia los nuevos modelos de masculinidad que están colaborando a erosionar ese patriarcado y que bastantes hombres están asumiendo: hombres que no basan su ‘ser hombre’ en la dominación de una mujer, que hacen suyo el cuidado y que asumen que sólo son –nada más ni nada menos- la mitad de la humanidad.
En términos estadísticos, no de un modo esencialista, la violencia está asociada a un género -masculino- y a un cuerpo, el del varón. ¿En qué medida sigue siendo así porque a ellos se les sigue socializando bajo modelos de hombre duro y dominador? Los que rechazan estos estereotipos, los pacifistas, desertores de la guerra o insumisos son estigmatizados, aunque no por quienes, entre las mujeres, criticamos los estereotipos violentos.
Hombres y mujeres podemos pensar cómo nos condiciona y qué espacio le damos a nuestro cuerpo, qué papel le ha atribuido la cultura, en particular ante la violencia, la vida y su sostenimiento, la muerte y su manipulación. Podemos pensar juntos, trabajar juntos.
En este ‘estar juntos contra la violencia’, hombres y mujeres estamos caminando en paralelo, pero para lograr una confluencia fructífera, sería deseable una mayor interpelación. No es suficiente con que las mujeres denuncien la violencia machista y critiquen las masculinidades que la sustentan. Necesitamos que sean los hombres quienes lo hagan, para que sea esta una crítica revulsiva, capaz de generar otros modelos de hombre y revolucionar lo existente.
Ningún líder político, ni siquiera los emergentes, está criticando de un modo radical la cultura patriarcal, el estereotipo de hombre dominador. No asumen que son sólo uno de los sexos, no la representación del ser humano universal. No es raro que falte una voz potente de las mujeres en la política. Si los hombres lo ocupan todo, ¿qué lugar hay para las mujeres que no quieren ser ‘un hombre más’ en el cómputo? ¿Cómo incluirse en un todo que se toma por lleno?
Las mujeres solo tendremos un lugar digno en la política cuando los hombres asuman la parcialidad de su experiencia, reconozcan el papel de su sexo en la conformación de las lógicas imperantes, y estén abiertos a valorar y dar espacio a las experiencias vitales de quienes constituimos la mitad de la humanidad.
Las mujeres nos hemos constituido en sujeto colectivo a través de un movimiento, el feminismo, que también es plural. Ahora necesitamos líderes dispuestos no a ‘conceder’ derechos sino a entrar en interlocución con el sujeto femenino de igual a igual, dejándole espacio y asumiendo de verdad la parcialidad de la experiencia masculina.
Carmen Magallón