Ni la crisis de los refugiados, ni la amenaza terrorista, ni los horribles atentados de París, justifican la fanfarria que rodea el lenguaje bélico en el que nos han sumergido en Europa. ¿Cómo consentimos que nos hablen de participar en guerras y nos falten tanto el respeto? (Soledad Gallego-Díaz)
Qué le ha pasado a mi país? La pregunta se la hizo un periodista alemán, que ha regresado a su casa tras permanecer unos años como corresponsal y se ha encontrado con el movimiento anti refugiados, pero se la podrían hacer también muchos ciudadanos franceses, españoles o norteamericanos. ¿Qué les pasa a nuestros países, si la crisis de los refugiados o los atentados terroristas pueden hacernos olvidar todo lo que era importante para nosotros? ¿Qué nos pasa en España para que olvidemos, en plena campaña electoral, que uno de cada tres niños españoles está bajo el umbral de la pobreza, un problema de envergadura brutal, que amenaza su futuro? ¿Cómo consentimos que nos hablen de participar en guerras y nos falten tanto el respeto?
Por supuesto que los Gobiernos deben tomar medidas para ordenar el flujo de refugiados y por supuesto que la protección de sus ciudadanos es una obligación. Claro que deben tomar las medidas que ayuden a minimizar los riesgos de nuevos ataques. Pero ni la crisis de los refugiados, ni la amenaza terrorista, ni los horribles atentados de París, justifican la fanfarria que rodea el lenguaje bélico en el que nos han sumergido en Europa.
“Guerra sin piedad”, afirma el presidente François Hollande. “Guerra”, replican centenares de patriotas a lo largo de toda Europa. ¿Ya nos hemos olvidado de lo que es una guerra? ¿A qué viene tanto hablar de guerra si de lo que se trata, precisamente, es de conseguir la paz en Oriente Próximo, como todos los analistas han subrayado una y mil veces? ¿A qué tanta manipulación y tanto olvido? No es la guerra lo que necesita Europa, ninguna clase de guerra, sino una paz que alcance a todos los implicados en el conflicto de Oriente Próximo. Una paz que no mantenga simplemente la catástrofe alejada de nuestras fronteras, sino que incluya a quienes la están sufriendo en el día a día.
Lo que nos ha traído hasta aquí fue la ruptura de la legalidad internacional. La respuesta de Estados Unidos contra Afganistán por el 11-S estuvo justificada de acuerdo con la Carta de Naciones Unidas. No así la invasión de Irak, promovida, conviene recordarlo, por un grupo de académicos ultraliberales, que querían guerra y que la planificaron, entre clase y clase, hasta que arrastraron a un presidente tan influenciable como George W. Bush.
La solución nunca ha sido más guerra, sino la restauración de la ley internacional y el compromiso entre todos los poderes en la zona, desde Irán a Arabia Saudí, pasando por Turquía, Egipto e Israel. Y, por supuesto, la solución exige el fin de los conflictos armados en Siria, Irak y Líbano y el fin de la ocupación de Palestina. ¿Cuál de todas estas guerras es la que va a librar Hollande?¿A cual nos vamos a apuntar, o nos van a apuntar, los ciudadanos?
No se trata de que todos apelemos a la inhumanidad, sino de que recordemos a nuestros atacantes su propia humanidad. Desarticular sus redes sociales en Internet es más urgente y el lema “think again turn away” (piensa de nuevo, da la vuelta) es un mensaje más necesario para los jóvenes que se están fanatizando en Europa (el 20% de los miembros del Estado Islámico no son musulmanes de origen, sino conversos) que el mensaje de la guerra, atractivo para esos oídos exaltados. “Piensa de nuevo, da la vuelta”, hay otras soluciones. Recordemos lo que importa, lo que debe importarnos. Allí y aquí.