Por una vez, y sin que sirva de precedente, Mariano Rajoy acertó ayer lunes en un comentario que soltó durante su estancia en la reunión del G20. Vino a decir algo así como: “En esta materia, cuantas menos opiniones digamos, pues mejor”, en referencia a las respuestas ante la matanza de París.
Y es que quien le ha dado toda la razón ha sido el presidente francés, François Hollande, que se ha soltado la melena belicista y quiere implantar un Estado policial en su país, con unas serias y graves restricciones en las libertades y unas competencias inadmisibles para las fuerzas de seguridad. La patada en la puerta se queda corta ante lo que pretende el ‘socialista guerrero’ francés.
Además de Rajoy, dentro de nuestras fronteras, tenemos una nueva estupidez de Albert Rivera, el líder blanco de Ciudadanos. Anoche, en el programa El Larguero, comparó la nación y la familia con la empresa. Y, orgulloso de su ocurrencia, lo colgó en un tuit.
El comentario de José María Izquierdo en la Cadena Ser pone algo de cordura ante el desvarío que parece extenderse por las alturas del poder, especialmente tras la barbaridad del presidente francés. También ayuda un artículo del general Julio Rodríguez, candidato de Podemos por Zaragoza, escrito en El País antes de las declaraciones de Hollande, y un tuit de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. Aquí van.
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José María Izquierdo. Sigue París, y seguirá, en la mirada de todos nosotros. Es evidente que una barbaridad de este calibre obliga a reacciones rápidas. Francia ha anunciado algunas medidas y el resto del mundo se lo piensa. Veremos en qué acaba esa reforma de la Constitución anunciada por el presidente francés, pero tendrá que explicarla muy bien, porque no parece creíble que Francia careciera hasta ahora de los instrumentos necesarios para luchar contra el crimen. El “estamos en guerra” de Hollande como justificación no ha servido de gran cosa en otras democracias, y para muestra bastará recordar el denigrante espectáculo de Guantánamo. ¿Acabar militarmente con el ISIS y poner fin a la guerra en Siria? Quizá, pero no parece sencillo que Naciones Unidas pueda volver a armar una coalición como la de la primera guerra de Irak, precisamente por lo ocurrido con la segunda y con el ejemplo nefasto del continuo fracaso en Afganistán. Seguro que no hay soluciones fáciles para evitar tanto dolor, pero quizá habría que contemplar algunas otras posibilidades. ¿Qué tal cortar la venta de petróleo que llena las arcas del ISIS? Porque se supone, y para ello gozan de gigantescos presupuestos, que los servicios secretos –la todopoderosa CIA, el MI6 británico o el Mossad israelí- saben perfectamente qué países compran esos millones de barriles manchados de sangre. Entonces, ¿por qué cuesta tanto atajar esa infamia?
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Julio Rodríguez. Toda estrategia está obligada a replantearse permanentemente en función de las amenazas emergentes. A la luz de los crueles y trágicos atentados del pasado viernes perpetrados en París tenemos la responsabilidad de repensar las estrategias de seguridad que desde 2001 vienen aplicándose a la lucha contra el terrorismo. Ante este desafío de poco sirven las expresiones grandilocuentes. Lo que Europa necesita para garantizar la seguridad de sus ciudadanos es un nuevo enfoque que supere la estrategia belicista que Bush bautizó como “guerra contra el Terror” y que no deja de revelarse como un estrepitoso fracaso.
Si usamos la expresión “lucha contra el terrorismo” en lugar de “guerra”, es porque las guerras son conflictos entre ejércitos en los que cabe ganar o perder. Ni podemos ser derrotados por el terrorismo ni podemos vencer al terrorismo por vías exclusivamente militares. Las estrategias de seguridad, por el contrario, deben dirigirse hacia los orígenes del terrorismo y sus fuentes de alimentación, primando los medios policiales, la coordinación entre los servicios de inteligencia y el control exhaustivo de los circuitos financieros para evitar la financiación de grupos terroristas. Estos objetivos ya están marcados en los documentos estratégicos, pero de poco servirán si no se ven acompañados de un enfoque integral que incorpore los medios políticos, diplomáticos y de cooperación adecuados.
La primera tarea para mejorar la seguridad en Europa pasa, por tanto, por resolver políticamente los conflictos de su periferia, tanto aquellos enquistados desde hace décadas como los que vienen agravándose en los últimos años, que se han convertido en caldo de cultivo e inspiración para la radicalización y el reclutamiento de este nuevo tipo de terroristas. Pero también hay que combatir la desigualdad y la exclusión social en las periferias urbanas europeas de las que a menudo provienen.
Las amenazas transnacionales sólo pueden afrontarse a través de estructuras supranacionales. Los brutales atentados de París refuerzan la necesidad de que la Unión Europea lidere, como principal estructura de coordinación de políticas entre sus Estados miembros, el cambio de enfoque en el ámbito de la seguridad, impulsando una respuesta conjunta e integral a la amenaza terrorista. Se trata, por tanto, de avanzar hacia una política de seguridad europea digna de tal nombre que integre los avances en la coordinación policial, la revisión de las relaciones diplomáticas y comerciales con aquellos países que continúen amparando la financiación de grupos radicales y la promoción de políticas de construcción de la paz en los estados vecinos. El autodenominado Estado Islámico es un problema real, pero su solución no puede ser únicamente militar. Ninguna política de seguridad puede, por sí misma, reducir a cero el riesgo de nuevos atentados. Lo que sí podemos hacer es comenzar a corregir el rumbo para dejar de alimentar un monstruo que, sin ser capaz de derrotarnos, ha hecho que pongamos en cuestión los valores fundacionales de Europa: la paz, la democracia y la garantía de los derechos humanos.