Tras cuarenta años cuidándonos, después de habernos traído la democracia, derrotado un golpe de Estado y otras hazañas bien sabidas, qué menos que disfrutar de la vida algo más que las tediosas regatas de velero, las cacerías de elefantes o aquellas entrañables y sencillas navidades esquiando con la familia (Isaac Rosa)
En el país de las puertas giratorias, cómo no iba a haber una en la primera casa de España, domicilio del primer ciudadano del reino: el palacio de la Zarzuela, donde aún duerme el rey emérito Juan Carlos las noches que anda por Madrid.
¿Y por qué digo que en Zarzuela hay una puerta giratoria? ¿Es que el viejo rey ha sido fichado por una eléctrica? ¿Es consejero de un banco de inversiones? ¿O lo acogió la siempre acogedora Telefónica?
Nada de eso. La puerta giratoria de Zarzuela no es como las demás: tiene giro de 360 grados. Juan Carlos entró por esa puerta el 2 de junio, y volvió a salir por el mismo sitio, en un movimiento rápido, visto y no visto. Es decir, que se quedó donde estaba.
¿Entonces? ¿Cuál es la gracia de esa puerta giratoria? Pues que le permite conservar los privilegios de monarca, pero sin las molestias del cargo. Es decir, vivir como un rey, en el sentido más popular de la expresión. Vivir como un rey pero sin el coñazo de ser rey, sin viajes protocolarios, recepciones, inauguraciones y despachos con Rajoy. Vivir como un rey, pero sin disimulo, y sin tener que pedirnos disculpas si mete la pata.
A eso se ha dedicado el ex rey desde que se jubiló: a vivir como un rey. Y si no, vean. Mantiene residencia, pues ni siquiera se mudó, dejando a su hijo y nuera en la casa que ya tenían. También conserva su asignación presupuestaria, ya que sigue siendo miembro de la familia real, y ahora además tocan a más en el reparto, al ser menos miembros en la familia, sin las ex infantas.
Aparte de casa y sueldo, disfruta de protección jurídica. Dejó de ser inviolable, pero el Congreso lo hizo aforado por la vía urgente, lo que en la práctica, con la cortesana ayuda de fiscales y jueces, equivale a ser inviolable. Aforamiento que además se extiende a todas las actuaciones de su vida privada. No sea que le salga por ahí un hijo no reconocido, o quieran pedirle cuentas por los negocios de su hija, o las comisiones que gestionaba su “amiga íntima”.
¿He dicho “vida privada”? Ahí está la gracia de la puerta giratoria de Zarzuela: que desde que abdicó, ya todo es su vida privada, sus asuntos. Lo que antes era blindaje institucional y mediático, ahora es vida privada. No sabemos dónde ni cómo celebró ayer su 77 cumpleaños, ni nos importa, pues es su vida privada; como lo es su gira gastronómica por los mejores restaurantes de España, su fin de año en Hollywood, su patrimonio nunca aclarado, o sus tratos con Corinna.
Aunque algunos nos preguntamos, a lo Pla, quién paga todo esto, habrá también quien piense que el ex rey se tiene bien merecida su jubilación dorada: que tras cuarenta años cuidándonos, después de habernos traído la democracia, derrotado un golpe de Estado y otras hazañas bien sabidas, qué menos que disfrutar de la vida algo más que las tediosas regatas de velero, las cacerías de elefantes o aquellas entrañables y sencillas navidades esquiando con la familia.
Y tienen razón. Lo de Juan Carlos tiene mérito, mucho. Su última gesta en este Reino de España ha sido convertir una rancia monarquía, de la que uno solo podía salir muerto (pues de lo contrario perdería sentido el invento dinástico), en una profesión con jubilación y puerta giratoria. Y con pedorreta de propina para los republicanos: “¿No queríais rey? Pues ahora tenéis dos”. Viva el rey
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