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sexta-feira, 20 de novembro de 2015

EL VENTANO - 20 DE NOVEMBRO DE 2015

La vergüenza yace en la estación de Atocha: qué solos se quedan los muertos

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La vergüenza de un país yace en ese plástico tirado en el suelo de una dependencia del intercambiador de Atocha, ante la indiferencia de las autoridades, con las palabras que los madrileños dejaron escritas para sus muertos (Lucía Méndez)

El 11 de marzo de 2004 a las 7.40 de la mañana, mientras se calentaba la leche del desayuno, varias bombas mataron a 64 personas e hirieron a casi 200 en varios vagones de cercanías justo detrás de mi casa. Téllez es una calle de Madrid donde vive mucha gente, pero desde ese día es también, en el lenguaje policial y judicial, uno de los cuatro focos de las explosiones del 11-M. El foco de Téllez.
Casi 12 años después de aquello, el escenario de la tragedia ha cambiado mucho, los niños han crecido, hay vecinos que vendieron sus pisos y en el muro que separa las vías de la urbanización casi siempre hay flores y algunas placas mortuorias como las de los panteones de los cementerios. En una de ellas hay una foto de una chica joven que fue asesinada en el foco de Téllez a los 28 años. “Livia Bogdan. 28-X-1976. 11-M-2004. O lacrima si o floare” (Un desgarro y una flor, traducido del rumano).
Livia interpela desde este muro cada día a las personas que pasan por allí. Como nos interpelan a todos los españoles las 192 víctimas del atentado más sangriento de nuestra Historia.Todas y cada una de las personas que perdieron a sus padres, hijos, mujeres, maridos o amigos en los trenes del 11-M han revivido la pesadilla esta semana.
La noche del pasado viernes, cuando en París iba creciendo por horas el recuento de los muertos y heridos, los madrileños recordamos aquella mañana de marzo de la que pronto se cumplirán 12 años. Y cuando días después los terroristas de París se atrincheraron en un piso de Saint-Denis no pudimos apartar de la mente el recuerdo del piso de Leganés.
Nadie como los madrileños puede entender las lágrimas de los parisinos, el duelo en las calles, las flores tapando la puerta de los locales señalados por el terror, las velas encendidas, los mensajes de solidaridad, la impotencia y el miedo a que vuelvan otra vez. Los niños de la urbanización preguntaban después del 11-M con una lógica que desarmaba: «Si los malos vinieron una vez, ¿por qué no van a volver?».
Los malos han vuelto en estos 12 años a muchos lugares para sembrar el mismo terror. A Londres, a Bombay, a Estambul, a Bagdad… La lista de ciudades atacadas por el terror yihadista es interminable.La extensión del terrorismo a todo el planeta en los últimos 12 años deja en evidencia la lectura pequeña y miserable que España hizo de la masacre durante aquellos atroces tres días de marzo. Lo resolvimos de un plumazo.
El Gobierno -ciego a lo que no fuera su propia desgracia- echó la culpa a ETA y millones de españoles creyeron que nos lo teníamos merecido por haber ido a la Guerra de Irak. Livia Bogdan y las otras 191 víctimas nos han vuelto a interpelar esta semana dejando al descubierto nuestras vergüenzas como nación. La noticia de que el monumento a las víctimas del 11-M permanece abandonado, hundido y oxidado sin que nadie se haya dado cuenta hasta los atentados de París es lacerante, dolorosa y golpea el corazón de todos nosotros. Sin embargo, el corazón de las autoridades parece de hierro porque nadie se ha conmovido.
Escuchamos La Marsellesa con la emoción en los ojos, escribimos que nos da envidia el patriotismo de los franceses, reactivamos el pacto contra el yihadismo, lanzamos soberbias proclamas de defensa de la civilización occidental frente al terror. Pero despreciamos a nuestras víctimas del 11-M y no honramos a los muertos como se merecen. La vergüenza de un país yace en ese plástico tirado en el suelo de una dependencia del intercambiador de Atocha con las palabras que los madrileños dejaron escritas para sus muertos. «No hay palabras». «Todos íbamos en ese tren».
El monumento abandonado nos deshonra como país. España ha sido capaz de honrar a las víctimas del terrorismo de ETA. Pero de las víctimas del 11-M nos hemos olvidado. Como si fueran de peor condición. Hemos enterrado el 11-M, nuestra estación de terror islamista, con total indiferencia. Los actos de homenaje de los 11 años transcurridos han sido deslucidos, con las asociaciones de víctimas cada una por su lado y sin la representación institucional que se merecían los muertos.
El 11 de septiembre de todos y cada uno de los años que han pasado desde 2001, los presidentes americanos han recordado a las víctimas en Nueva York. Aquí, sin embargo, el actual presidente del Gobierno -que ya era candidato del PP a las elecciones de 2004- nunca ha participado en los actos de recuerdo del 11-M. Únicamente en marzo de 2007, los Reyes de entonces, Juan Carlos y Sofía, inauguraron el monumento ahora abandonado. Una instalación que nació muerta con un frío cilindro exterior en una glorieta llena de coches que nadie sabe lo que es y una sala interior dentro de la estación por donde pasan miles de personas sin percatarse de que están atravesando un lugar sagrado porque nadie se lo advierte.
Hubo un momento de aquella mañana en el que los muertos del foco de Téllez se quedaron solos en los trenes reventados. Los heridos habían sido evacuados y sólo quedaban los cadáveres tapados con mantas o con plásticos. Los muertos del 11-M siguen así de solos 12 años después porque el atentado yihadista se produjo tres días antes de unas elecciones. No nos preguntemos más por qué no puede sonar nuestro himno. La respuesta está tirada en la estación de Atocha.


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EL VENTANO - 20 DE NOVEMBRO DE 2015

Xavier García Albiol, el ‘Le Pen’ español del PP, un tipo xenófobo, ignorante y peligroso

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García Albiol, junto a Mariano Rajoy (izquierda)

Lo que pretende es ofrecer una imagen amenazante de los extranjeros si son musulmanes, hacer ver que si no aceptamos sus ideas reaccionarias, si no vulneramos los derechos de las minorías, estamos abocados a sufrir una invasión o un ataque terrorista (Íñigo Sáenz de Ugarte)

Era extraño que Xavier García Albiol desaprovechara los atentados de París para insistir en las ideas que le llevaron a la alcaldía de Badalona y que había dejado en segundo plano cuando fue elegido líder del PP catalán. 129 cadáveres pueden formar una materia prima muy moldeable para extender ideas xenófobas. Ahora que se habla mucho de unidad de los partidos ante el terrorismo, conviene apuntar que eso tiene un precio, el de tener como compañeros de viaje a gente como Albiol y su intento de criminalizar a los extranjeros de religión islámica o tez más oscura.
Albiol escribe en un breve texto que “uno de los principales problemas que tiene Europa y Occidente es el MULTICULTURALISMO” (en mayúsculas en el original). “Una sociedad multicultural es garantía de guetos, inadaptación y conflictos”, dice después.
La definición de multiculturalismo en la RAE no nos lleva muy lejos (“convivencia de diversas culturas”), pero apunta de lejos a una realidad. Si en un país existen varias culturas, es de suponer que tendrán que convivir, a menos que el grupo dominante quiera eliminar a las minorías. Algunos sectores conservadores han tildado el multiculturalismo de opción ideológica, como si la llegada de inmigrantes fuera una política adoptada ex profeso por ciertos partidos. Creen que la izquierda fomenta esta tendencia y cualquier crítica a la restricción de los derechos civiles la entienden como una invitación a la invasión. En el lado más delirante puedes encontrar a una eurodiputada alemana del PPE decir que “socialistas, liberales, verdes y comunistas están invitando a los terroristas a usar los resquicios en nuestra legislación para perpetrar atentados”. Su nombre es Monika Hohlmeier, y no creo que tenga problemas para seguir como coordinadora del PPE en la Comisión de Libertades Civiles, Justicia e Interior de la Cámara después de decir esta animalada.
Sociedades como la francesa y británica cuentan con un porcentaje significativo de población de origen extranjero por su pasado colonial. Lo que un ignorante como Albiol no sabe es que su respuesta ante esa realidad es completamente diferente. Lo que se conoce como “multiculturalismo”, su definición convencional, aunque hay tantas como posiciones ideológicas, tiene que ver mucho más con Gran Bretaña que con Francia. En el país vecino, no existe una visión integradora como la de Gran Bretaña en la medida de que los llamados “valores republicanos”, el mantra oficial que emplea la élite política, se imponen sobre cualquier consideración sobre las diferencias culturales. La separación Iglesia-Estado es más rotunda que en países como España o Italia, la laicidad es un concepto casi sagrado (con perdón por la contradicción) y se supone que los que vienen de fuera deben aceptar las costumbres de la sociedad que les acoge.
Ese pluralismo social no está exento de conflictos políticos, sociales y económicos. También los hay cuando el componente racial es inexistente. La Europa blanca y cristiana los ha tenido en todos esos países, a menos que alguien crea que lo ocurrido en el Ulster y Euskadi, la crisis catalana en España, la separación belga en dos comunidades o el enfrentamiento entre la Italia del norte y la del sur tiene algo que ver con la inmigración que llegó durante décadas desde India, Pakistán, el norte de África u Oriente Medio.
Ahora es habitual que dirigentes conservadores como Sarkozy, Merkel o Cameron afirmen que el multiculturalismo ha fracasado. No estaban tan preocupados cuando la inmigración surtía de mano de obra barata a sus economías, o cuando los precios de las viviendas expulsaban a esos extranjeros de las ciudades y les obligaban a refugiarse en suburbios abandonados por el Estado, excepto por el único organismo público que se ocupaba de ellos, la Policía. Ahora tienen a un montón de pobres de otra religión en sus países y han descubierto que les molestan y reaccionan acusándolos de forma indiscriminada de una violencia terrorista que surge de otras zonas del mundo.
Albiol dice que ese multiculturalismo es la garantía de que surjan guetos, como si los pobres tuvieran posibilidades de elegir dónde pueden vivir.
Un caso especialmente notorio es el de Sarkozy, que pretende actualizar el colonialismo cultural que Francia impuso a sus colonias con la intención de conseguir los votos que le devuelvan a la presidencia. Para él, sólo hay una “comunidad nacional”, con independencia de lo que eso signifique para él, a la que tienen que sumarse por decreto las personas de origen extranjeros. Son sospechosos, aunque hayan nacido en Francia y sean sus padres o abuelos los que vinieron de fuera. Las medidas que se proponen son tan ridículas, como esos exámenes de ciudadanía que el Gobierno francés propuso cuando Sarkozy era presidente, que nunca se ponen en práctica, o si se aplican son irrelevantes.
Albiol dice tener otra receta contra lo que él llama multiculturalismo. Lo llama la “pluralidad”: “Pluralidad significa que quien venga a nuestro país puede mantener sus costumbres de origen, siempre y cuando éstas sean compatibles con los valores y leyes que tenemos en Occidente”. Ante frases como esta, uno duda entre asignarlas al campo de la ignorancia o la demagogia. Quizá a ambas. Los inmigrantes están obligados, al igual que las personas que nacieron aquí, a respetar todas las leyes, empezando por el Código Penal o el Código Civil. Ningún tribunal acepta que alguien alegue que ha nacido en Europa, África o Asia, o que reza a Dios o Alá, para justificar la comisión de un delito o falta. Si lo hace, recibirá el castigo que marca la ley.
Ningún representante de una religión puede afirmar que se merece ciertos privilegios porque un profeta dijo tener hace siglos comunicación directa con un dios. Bueno, eso es lo que el catolicismo ha disfrutado durante mucho tiempo. Ahora que sus ideas sobre divorcio, aborto y matrimonio homosexual son rechazadas por la mayoría de la sociedad, me parece que otras religiones lo tienen complicado para triunfar donde la Iglesia católica fracasó, a pesar de todo el apoyo que recibió de la gente como Albiol.
Al final, los racistas siempre se delatan con los pequeños detalles. En su artículo en Facebook, Albiol coloca la foto de unas mujeres musulmanas cubiertas por completo por un niqab enseñando el dedo manchado con tinta azul tras haber votado. La foto corresponde a las elecciones legislativas iraquíes de 2014. Enseñan orgullosas el dedo para demostrar que habían desafiado a la violencia habitual en los comicios de ese país en los últimos años para ejercer su derecho. Ese día hubo más de 50 atentados en todo el país.
Dudo de que Albiol sepa de dónde procede la imagen. La habrá buscado para encontrar una imagen amenazadora del Islam, una imagen que para nosotros es rechazable e incomprensible por ocultar el rostro de una mujer. Pero no son los derechos de la mujer los que le preocupan. Lo que pretende es ofrecer una imagen amenazante de los extranjeros si son musulmanes, hacer ver que si no aceptamos sus ideas reaccionarias, si no vulneramos los derechos de las minorías, estamos abocados a sufrir una invasión o un ataque terrorista. Es el reverso del mensaje de ISIS y Al Qaeda, que dice que los musulmanes no pueden vivir en una sociedad occidental, y que si lo hacen deben asesinar a sus compatriotas infieles. Ambos mensajes son falsos y atacan nuestra convivencia y nuestro derecho a vivir en paz.
No se me ocurre una forma mejor de colaborar con las ideas de los terroristas yihadistas que las palabras de Albiol.

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EL VENTANO - 20 DE NOVEMBRO DE 2015

Aquel rey al que quisimos tanto

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La duda es si el rey se estropeó, o fue siempre así. Si lo de sus últimos años es solo que el blindaje aflojó. Si ya en 1975, en 1981 o en 1990 era así, tenía también esas amistades, amantes y negocios, y simplemente no se publicaba. Si ha sido el mayor comisionista de España (Isaac Rosa)

Entre tanto frenesí periodístico, de Cataluña a París, casi se me pasa felicitar al rey emérito, Juan Carlos, que este fin de semana celebra cuarenta años de la primera vez que se colocó la corona. Tal día como hoy de 1975 murió “el anterior jefe de Estado”, se activaron las “previsiones sucesorias”, y 48 horas después el nuevo rey juró ante las Cortes franquistas.
Pocas ganas veo de celebrar la efeméride. Para empezar, porque aquel no fue el primer acto de la democracia, sino uno de los últimos de la dictadura. Pero es que además el ex rey no está hoy para fiestas. O más bien, no lo estamos sus ex súbditos. ¿Queda algún ‘juancarlista’ en la sala?
En una democracia más sólida que la española, algún juez estaría investigando las muchas sombras del rey. En los últimos tiempos, a medida que se resquebrajaba el blindaje informativo que lo protegía, hemos oído hablar de cuentas suizas, millones suizos, testaferros suizos, dúplex suizos, estafas suizas y paraísos fiscales (no solo suizos). Como no se puede investigar, ahí queda. Y muchos tenemos la pegajosa sensación de que eso es solo la puntita, y circulan todo tipo de secretos a voces que apuntan al enriquecimiento del rey.
La versión de los ex juancarlistas es que el rey se echó a perder. Que era un gran rey, un hombre entregado a su país, pero en los últimos años se estropeó, se arrugó, se descompuso. Y por eso lo cambiamos por un rey nuevo, que es lo bueno de la monarquía: te caduca uno, y tienes otro nuevo de recambio. Y a seguir tirando.
La duda es si el rey se estropeó, o fue siempre así. Si lo de sus últimos años es solo que el blindaje aflojó. Si ya en 1975, en 1981 o en 1990 era así, tenía también esas amistades, amantes y negocios, y simplemente no se publicaba. Si como repite Gregorio Morán, el rey ha sido el mayor comisionista de España. Si eso que todos hemos oído alguna vez sobre los barriles de petróleo árabes a porcentaje es cierto o leyenda urbana. En el país de los “secretos a voces”, durante cuatro décadas en las que no se publicaba nada, la manera que algunos periodistas tenían de demostrar que estaban en la pomada era contando en voz baja cosas del rey. Y ninguna buena.
Para responder a esas preguntas, les recomiendo ir al teatro. No se me ocurre mejor manera de “celebrar” estos cuarenta años que con la genial obra de Alberto San Juan, El rey, en el Teatro del Barrio. En hora y media vemos pasar la historia reciente de España, encarnada en la vida del rey, desde su infancia.
Y lo mejor es que la obra se detiene en los ochenta, pasando por alto lo más reciente, Corinna, Botswana, Urdangarin y demás. Todo eso ya lo sabemos, y San Juan ha entendido que la linterna hay que dirigirla a los años anteriores: sus relaciones con la dictadura, su papel en la Transición y ya en democracia. Y sobre el escenario no hay inviolabilidad que valga.
No se pierdan El rey. Aparte de la inteligente puesta en escena y el trabajo asombroso de Luis Bermejo, Guillermo Toledo y el propio San Juan, les garantizo que se reirán. Mucho. A carcajadas. Pero no es una risa liberadora, sino más bien siniestra, chunga, de esas que, sin poder parar de reír, te hacen preguntarte de qué coño te estás riendo: ¿del rey, o de nosotros que lo quisimos tanto?
A la salida del teatro, todavía con las últimas risillas, yo me preguntaba si el actual rey es el que vemos, o tendremos que esperar a que dentro de cuarenta años un autor teatral nos lo cuente.

EL VENTANO - 20 DE NOVEMBRO DE 2015

La vieja (y rancia) política de los trasvases regresa con Albert Rivera

Delta del Ebro y la desembocadura del mismo.
Delta del Ebro y la desembocadura en el Mediterráneo

Habrá que pedirles, no sin cierto sonrojo europeo, que cuando menos modernicen sus argumentos: que a los ríos propiamente no les sobra agua, como a los bosques no les sobran árboles, ni a las personas sangre… Que los ríos no se pierden en el mar (Pedro Arrojo)

La juventud no excusa ni la ignorancia ni la arrogancia. De nuevo Ciudadanos, a través de su líder Albert Rivera, amenaza con volver a enredarnos en el debate que creímos haber resuelto, sobre el Trasvase del Ebro, tras los duros y documentados debates que realizamos, hace ya 15 años, con la Comisión Europea.
Por lo que se ve, la nueva derecha se apunta a la vieja política hidráulica, para disputar los votos de la rancia demagogia del hormigón que el PP ha seguido cultivando, especialmente en Valencia, Murcia y Almería.
Habrá que pedirles, no sin cierto sonrojo europeo, que cuando menos modernicen sus argumentos: que a los ríos propiamente no les sobra agua, como a los bosques no les sobran árboles, ni a las personas sangre … Que los ríos no se pierden en el mar, a donde el ‘Creador’ se empeñó en llevarlos no se sabe por qué absurda razón. Que gracias a los caudales sólidos que transportan hasta el mar, existen los deltas e incluso las playas turísticas; por no hablar de su aporte de nutrientes continentales a las plataformas litorales marinas del que dependen sardinas, anchoas y otras especies pesqueras… Tendremos que explicarles de nuevo la Directiva Marco de Aguas y su exigencia de gestionar las cuencas garantizando el buen estado ecológico de las masas de agua, incluidos deltas, estuarios y litorales marinos.
Habrá que explicar una vez más que eso del Cambio Climático, desgraciadamente, no es una maldad de la demagogia ecologista, sino que, desgraciadamente, se prevé una recesión de caudales fluviales en el Ebro de entre el 15 y el 20%, en media, para los próximos 40 años; razón por la que nadie en su sano juicio habla ya de ríos excedentarios en las cuencas mediterráneas.
Habrá que explicarles, una vez más y con indignación contenida, que inundar pueblos en el Pirineo, acelerar la degradación y desaparición del Delta del Ebro o relegar la supervivencia de espacios rurales de interior, para relanzar la especulación inmobiliaria o el agronegocio de exportación en el desarrollado litoral mediterráneo no puede hacerse en nombre de la “solidaridad”.
Habrá que explicar de nuevo que esas aguas, aunque fueran excedentarias, no bajarían por su propio peso por el mapa, sino que habría que bombearlas desde Tortosa, a lo largo de cientos de kilómetros, lo que implicaría un coste energético equivalente al necesario para hacer un bombeo desde 2.000 metros de profundidad
Me pregunto finalmente si tendremos que volver a sufrir la vergüenza de aquel debate económico en Bruselas sobre la pretendida racionalidad económica del trasvase del Ebro, cuando la Comisión Europea acabó dando la razón a la Fundación Nueva Cultura del Agua en sus cálculos coste/beneficio, que concluían un balance ruinoso de más de 3.000 millones de euros en negativo, frente a los 4.000 millones en positivo que preveían los cálculos oficiales de nuestro Gobierno.
Pedro Arrojo Agudo, profesor emérito de la Universidad de Zaragoza
Categorías: OpiniónPolítica

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